Las puertas del empleo parecen estar entreabiertas: las cifras oficiales del INE revelan que la tasa de desocupación del trimestre móvil mayo-julio de 2025 se mantiene en 8,7 % a nivel nacional, mientras en la Región Metropolitana llega a 9,2 %. A simple vista, podría interpretarse como estabilidad. Pero esa lectura superficial oculta una amenaza más profunda: el crecimiento del desempleo prolongado, una silenciosa crisis humana con efectos corrosivos.
Según el OCEC-UDP, el número de personas que llevan más de un año buscando trabajo sin éxito aumentó 28,5 % en el último año, alcanzando 120.800 casos, equivalentes al 17 % del total de desempleados. Entre ellas, 24.800 tienen educación superior completa, lo que confirma el fenómeno del desempleo ilustrado.
Lo grave no es solo la cifra, sino lo que ocurre cuando la búsqueda se prolonga y una persona comienza a vivir de mes en mes, no sólo sin ingresos, sino también sin horizonte. En el primer tramo aparece la pérdida de confianza y, a medida que transcurre el tiempo, se produce una obsolescencia profesional paulatina: tecnologías que cambian, prácticas que se actualizan, vínculos que se debilitan. Para muchos, la inactividad se vuelve un estigma silencioso: llegar a entrevistas con historiales de meses—o años—sin empleo, ofrecer explicaciones difíciles de justificar.
Ante la necesidad de generar ingresos, muchas personas terminan reinsertándose en trabajos que no reflejan plenamente su experiencia o capacidades: empleos temporales, con menor estabilidad o remuneración. No se trata de resignación, sino de pragmatismo frente a la urgencia. El problema es que esa reinserción precaria suele interrumpir trayectorias profesionales valiosas y dificulta volver a posiciones acordes a su potencial.
Las causas son múltiples y entrelazadas: un mercado laboral estructuralmente segmentado, con escasa movilidad entre sectores; mecanismos de protección social débiles; costos de búsqueda difíciles de sostener. Y todo esto ocurre en un contexto de bajo dinamismo económico, donde crear empleos de calidad suficientes para absorber el desempleo estructural se vuelve una tarea titánica.
El fenómeno tiene rostro: afecta con especial fuerza a mujeres, migrantes y personas con trayectorias laborales interrumpidas, muchas de ellas sobrecalificadas para las ofertas disponibles. El resultado es un desperdicio de talento que amplía las brechas de desigualdad.
En este contexto electoral, sorprende que el debate electoral no aborde con fuerza este desafío. Se habla de crecimiento, productividad, digitalización o innovación, pero poco —o nada— sobre cómo el país volverá a ofrecer oportunidades reales a quienes han quedado fuera del mercado laboral por demasiado tiempo. La duración del desempleo es hoy un indicador tan o más relevante que la tasa misma: mide la capacidad del país para ofrecer segundas oportunidades.
Chile parece conformarse con una tasa “estable”, pero detrás de esa aparente calma se acumula una inercia peligrosa. Las cifras globales ya no bastan para entender la realidad laboral: lo relevante no es solo cuántas personas están sin trabajo, sino cuánto tiempo llevan en esa condición y qué tan probable es que logren reinsertarse. En ese sentido, el desafío para los próximos liderazgos será mirar más allá de los números y diseñar políticas que reconozcan el costo humano del desempleo prolongado.
Las soluciones deben ser integrales: En primer lugar, fortalecer el seguro de desempleo, extendiendo su duración y monto, pero condicionándolo a una participación activa: capacitación alineada con demanda, pasantías, actividades de empleabilidad. Segundo, mejorar los servicios públicos de empleo como verdaderas agencias de vinculación, no meras oficinas burocráticas. Tercero, incentivar que empresas contraten personas con trayectorias prolongadas —con descuentos previsionales, subsidios temporales, programas sectoriales. Cuarto, apostar más a la descentralización productiva: promover inversiones en regiones, mejorar conectividad territorial, descentralizar la generación de oportunidades. Quinto, acompañar el diseño de políticas con apoyo emocional, redes comunitarias, mentorías.
Detrás de cada estadística hay una persona: con sueños, historia y familia. Si permitimos que el desempleo prolongado crezca sin freno, estaremos aceptando un país que desperdicia su capital humano más vulnerable. Un país donde la dignidad queda en suspenso. Queremos que Chile, en cambio, sea un país donde las oportunidades laborales se abran, no uno donde el talento y la esperanza se pierdan en la espera.